Con nueva morada -aunque sólo por un tiempo- enfrento la otra cara de Santiago, mi nueva patria...
27 de abril de 2007
26 de abril de 2007
8 de abril de 2007
Valpo en el Corazón...
Una mochila: cepillo de dientes, tres camisas, dos pantalones, medias, un par de tennis, cuatro pares de calzoncillos... Llegar al terminal de buses y esperar. Era una mañana algo fría para lo que estaba acostumbrado. Mi imagen con mochilla en la espalda no era para nada rara en aquel lugar. Allí, el que más o el que menos, tenía su mochila al hombro. Unas eran como la mía, modestas pero con su barriga cual embarazada de nueve meses; otras, como torres gigantes cubrían tanto las espaldas que no dejaban ver a quien las llevaba. Si se miraban de espaldas, parecían mochilas con piernas. Yo no sé cuál era el destino de la demás gente, pero el mío era Valparaíso. Tenía sueño y hambre -pero no de esa que hace sonar las tripas, sino de la que anhela con llegar. Quería respirar el mar.
14:15 horas (2:15 p.m.), ya estaba dentro de la Tur-Bus. Salimos del terminal, uno que otro tapón en las carreteras y cuando menos lo esperaba, el bullicio de Santiago se quedó atrás. Tras el túnel, las montañas taparon mi nueva ciudad. Dejaron a la vista otro camino.
Dos horas después, estaba en Valparaíso. Otro mundo, otra dimensión en este país que apenas comienzo a conocer. De inmediato me enamoraron sus calles y su olor a mar me envolvió. (Ahora escribo y siento como si navegara... el suelo se mueve con un vaivén delicioso de olas). Allí las calles son antiguas. De todas las esquinas brota un aire de ayer, de ciudad señora, de un puerto que ha visto y ha vivido. En ese mar -mi primer encuentro con el Pacífico- se libraron batallas, se definió este país. Ese mismo océano me recargó el cuerpo, me inyectó ganas y vida. Subí y bajé por sus calles angostas -todas con vista a la costa- tantas veces que ya ni las recuerdo. Mis pasos se confundieron con los porteños; ya era uno más. Mi amor con Valpo no fue como el de Santiago: lento, pícaro, excitante. Nuestro amor fue sutil, elegante, salado e inmediato.
En Valpo no reinan los perros, como los santiaguinos expertos en cruzar avenidas. En ese puerto gobiernan los gatos. Se pasean como uno más, observan a los turistas. ¿Qué habrán pensado de este jíbaro de San Juan, cuya única relación marina ha sido con el Atlántico caliente de Puerto Rico?
Valparaíso tiene un hermano: Viña del Mar. Se arropan con la misma sábana del Pacífico. Están a minutos de distancia y como todo par de hermanos, viven juntos pero son muy distintos. Valpo es historia, elegancia, antigüedad. Viña es modernidad, glamour, coquetería. Tiene edificios lujosos. Por sus calles se pasean muchos autos, aunque no con la prisa que tiene Santiago. Al entrar, el reloj de flores te confirma que a esa hora vas a conocer Viña, te vas a meter en sus entrañas.
Era sábado, caía la tarde y me esperaba un lugar: La Sebastiana. Empezaba a cumplirse mi sueño de visitar las casas de Neruda. Y todo comenzó en Valparaíso. Entré por su estómago, donde se escucha mejor su respiración. (Sí, porque esa casa respira). Montones de escaleras te sumergen en el mundo marino de Don Pablo. Me miré en sus espejos, me asomé por sus ventanas, toqué sus paredes... ¿Estaba soñando? Allí estaba su sillón, el que apodaba La Nube, con su mesita para apoyar los pies y para escribir. Tenía las manchas verdes de su tinta. Era su casa, todavía lo es, aunque la comparta con los brasileños, mexicanos, colombianos, españoles, boricuas y chilenos que esa tarde husmeamos entre sus corredores. Ya recorrí una, me faltan dos por explorar.... Ya habrá tiempo.
Aquí termino,
es esta oda,
Valparaíso, tan pequeña
como una camiseta
desvalida,
colgando en tus ventanas harapientas
meciéndose
en el viento
del océano,
impregnándose
de todos
los dolores
de tu suelo,
recibiendo
el rocío
de los mares, el beso
del ancho mar colérico
que con toda su fuerza
golpeándose en tu piedra
no pudo derribarte,
porque en tu pecho austral
están tatuadas
la lucha,
la esperanza,
la solidaridad
y la alegría
como anclas que resisten
las olas de la tierra.
(P. Neruda; "Oda a Valparaíso")
Tiempo, como el que se acabó en la mañana del domingo. Pero ya había respirado mar, me había tragado su brisa, había dejado mis pies en sus calles, había escuchado su gente hablar duro, había saludado a sus pobladores, había probado su comida, caminado por sus mercados. Era momento de decirle "hasta luego" a Valpo. Nunca adiós, porque sé que volveremos a encontrarnos, para descender en sus ascensores, para probar sus delicias de mar, para volver a llenarme de la vida que transmiten sus calles.
16:00 horas... Santiago me acoge de nuevo entre sus brazos hiperactivos, entre sus venas de tinta ciudad...
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